Desde pequeño en los años cincuenta me gustaba escribir. Mis primeros garabatos fueron unos poemas que lamentablemente no guardo. Luego al ir creciendo veía a mi padre como escribía unas historias en cuartillas de las usadas para escribir las cartas de correos, o en hojas de cuaderno. Historias que desgraciadamente nunca vieron la luz, y que no dejaba leer a nadie. Con la Juventud mis primeros poemas sobre las cosas se convirtieron en poemas de amor al conocer a quien hoy es mi mujer. Como los primeros se desvanecieron con la adolescencia.
Siempre me ha gustado la montaña, desde que pasaba los veranos, desde mi más tierna infancia, en Navaleno el pueblo mis abuelos. Allí aprendí a amar la naturaleza y sobre todo a respetarla. Luego la vida me obligó a dejar mis aficiones mientras veía crecer a mis hijos.
Cuando acabó esa etapa de la niñez, y empieza la pubertad llega ese momento en el que los padres nos sobran, nos avergüenzan ante nuestros amigos. Y entonces reemprendí mis aficiones. El teatro, el canto, la montaña y sobre todo escribir. Necesitaba escribir para sacar de mi corazón montones de historias que como el primer día de rebajas se agolpaban en mi cabeza. Y así surgió Mogam, Bachk y los Duendes, El cofre, Petros, etc.
Pero nunca me faltaba tiempo para dedicarlo a mis queridas montañas. Así fui compartiendo con mis amigos las expectaculares vistas desde el Aneto, el Poset, el Perdido, el Vigñemal, el Neuville, la cumbre más espectacular que yo he pisado, y muchas más.
Aunque no sin algún percance. En el 2006 me tuvieron que rescatar del pico La Gran Facha al romperme el hombro a veinticinco metros de la cima. Nunca agradeceré lo suficiente a mis amigos que conmigo estuvieron en aquellas horas de preocupación.
Entre libro y libro, fundamos El Coro Sinfónico de La Rioja, del que tuve el honor de ser el primer presidente. Mientras, actuaba y canta en la zarzuela, siendo el tenor cómico de la misma. Luego surgieron otros proyectos que siempre me habían ilusionado y fundamos el Coro Broadway para cantar, como no, musicales de Broadway. Vinieron después, “A la hora nona”, “El ojo de Akarin”, relatos como “La isla de los sueños” y muchos más. Siempre me habían atraído las nieves perpetuas del Kilimanjaro, y en Septiembre de 2017 pisé su cima. Pero antes en junio del mismo año visitamos a los bereberes de los Atlas Marroquíes y subimos el Tubqal. Entre ascensión y ascensión fui acabando algún libro como “La mansión Manfred”.
Y es ahora cuando me he jubilado cuando creí llegado el momento de editar mis libros, aunque siempre seguiré escribiendo. Es algo que a la vez de ser una necesidad imperiosa de contar historias, cuentos, relatos cortos, me llena de paz y alegría, y creo que hasta que deje este mundo de mi cabeza saldrán duendes como Backh, curas como Carlos, detectives como Arturo, niños como Andrés, historias de cataros, ciudades perdidas…