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Antonio Buzarra

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Cómo pasar la cuarentena. Hoy Barafu Camp 4.673 metros Cima Kilimanjaro 5.895 metros Mweka Kamp 3.100 metros.

Hola amigos, en estos días que empezamos la quinta semana de encierro, muy finamente llamada «Confinamiento», os voy a contar la quinta etapa, aunque con tan sólo tres horas de separación, bien podríamos unir las dos. El ascenso a la cima del Kilimanjaro, y seguidamente el descenso hasta Mweka Camp a 3.100 metros. Todo un esfuerzo, ya que después de 36 horas sin dormir, 2.700 metros de ascensión y casi 3.000 de descenso pudimos llegar a Mweka. Y después os dejaré otra pequeña muestra de mi libro «Las lágrimas de la noche».

Tras la cena en Barafu, nos fuimos a tumbar un rato, ya que nadie pudo dormir, sabíamos que a las doce de la noche nos llamarian para comenzar la ascensión. Y así fue, a las doce en punto Dula, nuestro segundo guía, nos fue llamando. Con nerviosismo y tensión nos acercamos a la tienda comedor, donde nos dieron un té caliente y unas galletas, además de llenarnos los termos de té bien caliente. El retraso de dos de los compañeros y tras un par de intentos para que salieran, comprendimos que el mal de altura ya se había cobrado las dos primeras víctimas. Desalentados por nuestros amigos salimos los dos guías y tres de nosotros hacia la cima. Eran aproximadamente la 1.15 de la madrugada, y las hileras de las luces de los frontales en la ladera nos mostraba el camino que debíamos de seguir. La noche era perfecta, una luna llena inmensa nos iluminaba el camino por lo que decidimos subir sin frontales. Esa decisión nos dio la oportunidad de envolvernos en la luz de la luna y comenzar a ascender. No he de decir que no fue duro, pero el ritmo que nuestros guías nos marcaba era el idóneo. Poco a poco las luces de Barafu se fueron pèrdiendo y ya sólo nos quedaban a lo lejos los glaciares del Kilimanjaro.

Arriba los glaciares.

A eso de las 5.30 comenzó a amanecer. Eso fue una explosión de satisfacción y alegría. Nos paramos para poder ver cómo el sol se elevaba por encima del mar de nubes que durante la noche había sumergido a Barafu en una niebla intensa con un frío horrible, mientras nosotros gozábamos del expectáculo.

La línea del horizonte comienza a notarse.
El sol rompe en el horizonte.
El mar de nubes bajo nuestros pies.

Con aquella inyección de moral continuamos. Eran las nueve de la mañana cuando llegué a Stella Point 5.756 metros.

Lo más duro, ya había pasado, pero quedaba, quizás para muchos, lo peor.

Durante la ascensión nos habíamos separado, subiendo mis amigos 30 minutos antes que yo, pero no importaba en la cima nos juntamos para disfrutar y celebrar la ascensión. las fotos de rigor en la cima y entre ellas, como buen riojano, una foto echando un trago de crianza que había subido en mi bota, necesario para todo riojano que se precie. No os diré cómo me sentó en un estómago que llevaba casi vacío con unas gotas de té y a las 9,30 horas de la mañana, pero el ritual estaba completo.

El ritual del vino para un riojano.
Aquí con mi bota y la bandera de España.
Los tres amigos que habíamos logrado subir, con la bandera de La Rioja y de Navarra.
Nuestro guía Yuma, con nosotros.
Los eternos glaciares del Kilimanjaro

Enseguida comenzamos a descender por otra cara del Kilimanjaro.

Ahora nos quedaba descender casi 3.000 metros de desnivel.

Larga y tediosa nos llevó otra vez a Barafu, donde tras las felicitaciones de nuestros amigos comimos y continuamos descendiendo hasta Mweka Camp 3.100 metros. En el camino, feo y desértico, nos encontramos las famosas ambulancias del Kilimanjaro.

Ambulancia aparcada.

A mitad de camino High Camp 3.950 metros.

High Camp 3.950 metros.

Por fin, cerca del campamento volvió la vegetación.

Otra vez la selva.

Al anochecer, llegamos cansados pero felices a Mweka Camp. Tras 36 horas sin dormir, llenas de ilusión y tensión.

Mweka Camp 3.100 metros.

Tras el lavado de gato de rigor, la cena fue especial. Nuestros rostros mostraban el cansancio, pero a la vez en nuestros ojos la chispa de la alegría nos iluminaba la cara.

Ahora os dejo el trozo para que podáis seguir la trama de mi libro «Las lágrimas de la noche». Muestra la primera escaramuza de la batalla final entre el bien y el mal.

Las lágrimas de la noche

Tonkse observaba la escena desde su arbusto cuando oyó pasos. No le dio tiempo a volverse, una voz conocida sonó a su espalda:

                –Hola, Tonkse.

                –Vaya, eres tú, Pusmank –contestó sin volverse–. Cuánto tiempo.

                –Sí, hace tiempo que no nos vemos.

                –Cierto, ¿y qué quieres?

                –Devolverte el favor –exclamó mientras se lamía otra vez la vieja herida de su rostro.

                –¿A qué esperas? –contestó Tonkse mientras se volvía con lentitud hacia ella– ¿Vamos a estar de cháchara toda la noche?

                En ese momento Pusmank se colocó de un salto a la izquierda de Tonkse mostrándole sus dientes y con las uñas fuera. Éste se desplazó a su derecha apenas unos milímetros, lo suficiente para esquivar la garra derecha que Pusmank había lanzado contra su cara, y saltar a su vez sobre ella. Con destreza le clavó las uñas en una pata. Pusmank lanzó un grito de dolor. Sin darle tregua, la garduña se dejó caer al suelo y volviéndose lanzó una dentellada en la pata trasera de Tonkse. El dolor le hizo saltar a medio metro de Pusmank. Los dos combatientes se miraron frente a frente. Durante unos segundos ambos calcularon sus posibilidades y la forma de atacar. Como si hubieran tenido el mismo resorte los dos saltaron hacia el cielo, a un metro del suelo se encontraron los contendientes, clavándose las uñas mutuamente. Tras ello, cayeron al suelo donde Tonkse tuvo la suerte de hacerlo en mejor posición que Pusmank. Sin dudarlo, se abalanzó contra su cuello y le mordió. Tonkse no soltó su presa a pesar de los arañazos que recibía de las garras de Pusmank.

                –Si quieres vivir, ríndete –le dijo entre dientes Tonkse a la garduña.

                –Jamás –contestó ella mientras sentía cómo la sangre de la herida del cuello le mojaba el pecho.

                –Entonces morirás –dijo con cierto placer el gato montés, mientras comenzaba a notar el sabor dulce de la sangre de Pusmank en su garganta.

                El alboroto organizado atrajo la atención de Tangurks y Cintya que acudieron al lugar justo a tiempo. Estaba a punto de cerrar la presa sobre el cuello de la garduña cuando oyó la voz de Tangurks:

                –No, Tonkse, no la mates.

                –¿Por qué? –contestó Tonkse que estaba ya saboreando su victoria.

                –Porque tú no quieres matarla.

                –En eso te equivocas –contestó soltando a Pusmank, que estaba ya lo suficientemente débil como para no intentar escapar–, no es la primera vez que Pusmank y yo nos peleamos. Es vil, embustera y traidora.

                –Lo sé. Lo lleva en su ser, no es que quiera hacerlo, la naturaleza la ha hecho así, pero es una criatura del bosque y mi misión es procurar armonizarlo todo.

                –Y eso, ¿a qué me obliga a mí…? ¿a perdonar a mis enemigos? –dijo con cierta ironía a la vez que colocaba sus garras sobre el cuello de la abatida garduña.

                Mientras hablaba miró a Tangursk, y a pesar de la escasa visibilidad, Cintya pudo advertir que sus ojos estaban rojos por la rabia de la pelea y la sangre derramada durante la misma.

                –Sí –contestó con rotundidad el duende–, esa es mi misión en el bosque de Tangará, y aunque mucho me temo que en estos momentos las circunstancias nos obliguen a tener que enfrentarnos a nuestros enemigos, estoy seguro de que alguna vida se perderá… –dijo con abatimiento– …si puedo salvar, aunque sólo sea una, la salvaré –exclamó casi con orgullo.

                Tonkse lo miró durante unos segundos bastante indeciso. Su instinto le decía que debía acabar con Pusmank. Bajo sus garras tenía a una vieja enemiga, casi desde su nacimiento cuando Pusmank y sus hermanas atacaron a su madre matándola y dejándola destrozada junto a los robles negros. En el pasado ya habían tenido sus enfrentamientos, de ahí la cicatriz que cruzaba el rostro de la garduña, pero ahora podía vengar a su madre, por lo que sopesó las palabras de Tangurks. Tras unos segundos habló:

                –Está bien –contestó Tonkse a regañadientes–, pero si vuelves a cruzarte en mi camino… –dijo con firmeza mirando a Pusmank que seguía atrapada bajo sus uñas– … no te salvará nadie –acto seguido bajó su cabeza y susurró al oído de la garduña:

                –No tendrás tanta suerte de que Tangurks esté allí.

Bueno amigos, hasta la próxima.

Un riojano esperanzado.

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