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Antonio Buzarra

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Cómo pasar la cuarentena. Hoy Mweka Camp 3.100 metros. Puerta de Mweka.

Hola amigos, en estos días que nos han regalado otros quince días de confinamiento, os voy a contar la última etapa de mi ascensión al Kilimanjaro. Además la última parte de mi libro «Las lágrimas de la noche»

El día amaneció espléndido. La alegría que nos inundaba a todos era inmensa. Por fin llegaríamos a la civilización despues de haber ascendido a los 5.895 metros del UHURU PEAK, como le llaman los nativos.

Tras una mirada al Uhuru Peak, en el que tan sólo 24 horas antes estábamos pisando su cima.

Al fondo el majestuoso Kilimanjaro

Nuestra tienda comedor que nos había acompañado esos días.

Tras el desayuno, todo el equipo que nos había llevado en volandas por el Kilimanjaro, nos deleitaron con el Akuna Batata.

El ritual de cantar y bailar el Akuna Batata
A quí estoy con Yuma el guía, y Dula el ayudante de guía.
Y por fin, empezamos nuestra última caminata
Los árboles, pequeñitos.
Una última mirada al Kilimanjaro.
Helechos como árboles.
Otro parking de ambulancias.
Y por fin estamos abajo.
Nos despedimos de la puerta de Mweka

Tras hacer los trámites en la puerta de Mweka, para recibir el certificado del gobierno de Tanzania en el que dice que hemos llegado a la cima, y tener ellos la constancia de que hemos salido del parque del Kilimanjaro, nos dirigimos al hotel.

Al día siguiente, acompañados por un guía nos fuímos a conocer Moshi. Con la advertencia por parte del guía de que no nos separásemos de su lado en ningún momento, nos dirigimos al mercado. No al de los turistas, sino al suyo, donde los nativos compraban.

Leña a la venta para las casas.
Legumbres varias.
Esta es la galería comercial.

Y después una cerveza en un bar para los turistas, es decir para todos los extranjeros que nos acercabamos a esas tierras para intentar, algunos, y conseguir otros, pisar el techo de África. Os daré un ejemplo, las cervezas que nos bebimos nos costaron 3 dólares cada una, lo mismo que el salario medio de un día y medio allí, puesto que el salario medio en Tanzania es de 60 dólares. En fin Con la cerveza en la mano despido esta ascensión. Despues os dejaré otro resumen de mi libro Las lágrimas de la noche.

La próxima semana os contaré algo sobre cómo escribí y los lugares que visité para escribir «La mansión Manfred». Hasta entonces.

Resumen de «Las lágrimas de la noche»

Tonkse observaba la escena desde su arbusto cuando oyó pasos. No le dio tiempo a volverse, una voz conocida sonó a su espalda:

                –Hola, Tonkse.

                –Vaya, eres tú, Pusmank –contestó sin volverse–. Cuánto tiempo.

                –Sí, hace tiempo que no nos vemos.

                –Cierto, ¿y qué quieres?

                –Devolverte el favor –exclamó mientras se lamía otra vez la vieja herida de su rostro.

                –¿A qué esperas? –contestó Tonkse mientras se volvía con lentitud hacia ella– ¿Vamos a estar de cháchara toda la noche?

                En ese momento Pusmank se colocó de un salto a la izquierda de Tonkse mostrándole sus dientes y con las uñas fuera. Éste se desplazó a su derecha apenas unos milímetros, lo suficiente para esquivar la garra derecha que Pusmank había lanzado contra su cara, y saltar a su vez sobre ella. Con destreza le clavó las uñas en una pata. Pusmank lanzó un grito de dolor. Sin darle tregua, la garduña se dejó caer al suelo y volviéndose lanzó una dentellada en la pata trasera de Tonkse. El dolor le hizo saltar a medio metro de Pusmank. Los dos combatientes se miraron frente a frente. Durante unos segundos ambos calcularon sus posibilidades y la forma de atacar. Como si hubieran tenido el mismo resorte los dos saltaron hacia el cielo, a un metro del suelo se encontraron los contendientes, clavándose las uñas mutuamente. Tras ello, cayeron al suelo donde Tonkse tuvo la suerte de hacerlo en mejor posición que Pusmank. Sin dudarlo, se abalanzó contra su cuello y le mordió. Tonkse no soltó su presa a pesar de los arañazos que recibía de las garras de Pusmank.

                –Si quieres vivir, ríndete –le dijo entre dientes Tonkse a la garduña.

                –Jamás –contestó ella mientras sentía cómo la sangre de la herida del cuello le mojaba el pecho.

                –Entonces morirás –dijo con cierto placer el gato montés, mientras comenzaba a notar el sabor dulce de la sangre de Pusmank en su garganta.

                El alboroto organizado atrajo la atención de Tangurks y Cintya que acudieron al lugar justo a tiempo. Estaba a punto de cerrar la presa sobre el cuello de la garduña cuando oyó la voz de Tangurks:

                –No, Tonkse, no la mates.

                –¿Por qué? –contestó Tonkse que estaba ya saboreando su victoria.

                –Porque tú no quieres matarla.

                –En eso te equivocas –contestó soltando a Pusmank, que estaba ya lo suficientemente débil como para no intentar escapar–, no es la primera vez que Pusmank y yo nos peleamos. Es vil, embustera y traidora.

                –Lo sé. Lo lleva en su ser, no es que quiera hacerlo, la naturaleza la ha hecho así, pero es una criatura del bosque y mi misión es procurar armonizarlo todo.

                –Y eso, ¿a qué me obliga a mí…? ¿a perdonar a mis enemigos? –dijo con cierta ironía a la vez que colocaba sus garras sobre el cuello de la abatida garduña.

                Mientras hablaba miró a Tangursk, y a pesar de la escasa visibilidad, Cintya pudo advertir que sus ojos estaban rojos por la rabia de la pelea y la sangre derramada durante la misma.

                –Sí –contestó con rotundidad el duende–, esa es mi misión en el bosque de Tangará, y aunque mucho me temo que en estos momentos las circunstancias nos obliguen a tener que enfrentarnos a nuestros enemigos, estoy seguro de que alguna vida se perderá… –dijo con abatimiento– …si puedo salvar, aunque sólo sea una, la salvaré –exclamó casi con orgullo.

                Tonkse lo miró durante unos segundos bastante indeciso. Su instinto le decía que debía acabar con Pusmank. Bajo sus garras tenía a una vieja enemiga, casi desde su nacimiento cuando Pusmank y sus hermanas atacaron a su madre matándola y dejándola destrozada junto a los robles negros. En el pasado ya habían tenido sus enfrentamientos, de ahí la cicatriz que cruzaba el rostro de la garduña, pero ahora podía vengar a su madre, por lo que sopesó las palabras de Tangurks. Tras unos segundos habló:

                –Está bien –contestó Tonkse a regañadientes–, pero si vuelves a cruzarte en mi camino… –dijo con firmeza mirando a Pusmank que seguía atrapada bajo sus uñas– … no te salvará nadie –acto seguido bajó su cabeza y susurró al oído de la garduña:

                –No tendrás tanta suerte de que Tangurks esté allí.

Hasta el próximo día.

Un riojano esperanzado.

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