En el convulso siglo XIII, cuando el destino de las Cruzadas pende de un hilo, la historia de la Orden del Temple se escribe con sangre y fe, pero también con silencio y secretos por parte de los Oculus Templi.
“Yo, templario” es el relato de Omar, uno de los legendarios “Exploratores”, un espía de élite de la Orden del Temple, cuando es enviado a la fortaleza de Shaizar. Su misión: infiltrarse y recabar información vital sobre sus enemigos. Pero su destino toma un giro inesperado cuando conoce al joven mameluco Qalawun.
Tras salvarle la vida, Omar gana la confianza del futuro califa, convirtiéndose en su sombra y espía bajo su protección. Durante tres décadas, Omar se convierte en una sombra, un agente doble que asiste a grandes batallas, asesinatos y complots, conspiraciones, donde la violencia llega a su propia mano mientras informa a sus hermanos de la Orden. Su vida es una cuerda floja entre dos mundos, pero es su alma la que padece la verdadera guerra.
Su mayor tormento es tener que postrarse cinco veces al día para rezar a un Dios que no es el suyo, una penitencia espiritual que le pesa con cada nuevo amanecer. La historia de Omar es una crónica de sacrificio y conflicto interno, que lo llevará hasta el dramático final de la era de los cruzados con la caída de Acre en 1291. ¿Qué precio tendrá que pagar por su lealtad y su fe?
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«Deus Vult» (Dios lo quiere) era el grito de guerra que resonaba en los labios de hombres que, plenos de fe, se lanzaban a la batalla. Bajo el estandarte de la cruz del Temple, murieron en silencio y en perfecta formación, transformando el campo de batalla en su propio altar. No importaba si la victoria estaba asegurada o si la derrota era inminente; su vida le pertenecía a Dios. Durante doscientos años, sembraron con sus cuerpos la Tierra Santa, un legado de sacrificio y devoción que marcaba cada palmo de suelo.
Eran una estirpe de guerreros donde la obediencia no era una regla, sino un código grabado en el alma. Su honor era un escudo más fuerte que la cota de malla. Sin embargo, este escudo no pudo protegerlos de la insidia humana. Fueron traicionados. Un rey, consumido por la ambición, conspiró para arrebatarles su poder y riqueza. Y un Papa, paralizado por la cobardía, se sometió al deseo del monarca, firmando la sentencia de muerte de aquellos que juraron proteger.
Los caballeros de La Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón.
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